“El arte es una zona de disturbios y de memorias”

Performance en Campus Las Encinas de la U. de Chile, 1988. Imagen del sitio web. 

 

Por Fausto Gracia

En ocasiones nos cuesta trabajo identificar prácticas artísticas fuera de los espacios destinados para ellas, pareciera que aún queda en el imaginario social, y no sin razón, la idea de que el arte es una actividad ligada solamente a las elites y la alta cultura y no se relaciona de ninguna forma con lo que sucede en el contexto. Esta percepción no es errónea y se justifica de muchas formas, pero también podríamos decir y con mucha alegría que no todas las prácticas artísticas están inmersas dentro del cubo blanco de la institución, solo que adolecemos de reflexiones críticas sobre lo que sucede en estas burbujas y nos cuesta trabajo enfrentar la crítica como un espacio de diálogo, sin duda como artistas y como personas que nos dedicamos a ello los retos son constantes y continuos y no podemos soltar este proceso de re-significación de la realidad ante el peso avasallador de la ficción.

 

Retomando la idea sobre las implicaciones sociales que algunas prácticas artísticas tienen con su contexto, es importante señalar a manera de marco referencial que la institucionalización de temáticas sociales dentro del mundo del arte es una realidad, y no es que no lo haya sido antes, ahí es a donde quiero llegar, me refiero a que parte de los discursos en los grandes museos, bienales o inclusos ferias de artes del mundo han tomado en las últimas décadas estos temas como banderas coyunturales, casi a manera de responsabilidad social empresarial, algo así como ver a grandes marcas transnacionales conmemorar las fechas sobre “minorías” como posicionamiento de marca y que les han generado resultados cuantiosos. Aunque también hay ejemplos que responden a otras lógicas, que no dejan de ser económicas y políticas, pero que apuestan más por la invisibilización en momentos de tensión social y que utilizan al arte y sus espacios como cortinas de humo.

 

Uno de los ejemplos que más recuerdo y que pude experimentar fue en la Bienal de São Paulo en su edición 32 titulada “Incerteza Viva” realizada en el año 2016 con la curaduría de Jochen Volz (Alemania, 1971). Ciertamente es la bienal más importante del continente y de las más importantes del mundo. Durante este período se llevaba a cabo el impeachment (proceso de destitución) de la presidenta en turno Dilma Rousseff, con movilizaciones sociales enormes, con una polarización fuerte en la sociedad brasileña, que culminó con un Golpe de Estado denominado golpe blando,  un evento trágico para la sociedad brasileña y que marcó el inicio de lo que hoy en día se experimenta en este país con la necropolítica de Jair Bolsonaro.

 

Fue en este marco histórico es que se llevó a cabo esta edición de la bienal, un espacio visitado por millones de personas de distintas partes del mundo y con una amplia y asidua participación local, pero uno de los puntos que más llamó la atención, salvo algunas acciones performaticas realizadas de manera efímera y a las afueras del pabellón que albergaba las exposiciones en el Parque Ibirapuera, fue la ausencia de un discurso curatorial que reflejará a través de la selección de artistas y de la comisión de piezas (algunas realizadas expresamente para la bienal), un ápice sobre la convulsión que el país vivía en ese momento, por alguna razón me vino a la mente las olimpiadas de México 1968 después de la matanza de Tlatelolco, guardando claro sus distancias. Era impresionante porque parecía que nos encontrábamos en un lugar totalmente ajeno a la situación que se vivía en esa época, reflejando que lo que en otro tiempo fue un espacio con propuestas potentes y críticas sobre las realidades latinoamericanas, en ese contexto perdía la conexión. Quizá a manera de reflexión podríamos decir que este mundo del arte, el mundo de las bienales y de las grandes inversiones no dejará de responder a lógicas neoliberales y serán utilizadas junto con todo lo que hace parte de él, para los fines políticos y económicos que vengan mejor de acuerdo a la coyuntura social.

 

Pero este no es el único mundo del arte que existe, hay muchos otros gracias al universo creativo de quien decide emprender este camino, incluso algunos que no se consideran dentro de él o que son totalmente críticos con estas lógicas institucionales o de mercado y es de ellxs de lxs que me gustaría platicarles de manera breve, obviamente con una mirada sesgada, pero pensando en la importancia de la memoria, de contar las historias una y otra vez de manera reiterativa, para que nunca se olviden, para recordar que estamos aquí y que hay muchas historias que nos habitan, que nos construyen, que nos anteceden y que muchas de estas son muy cercanas a nosotras.

 

Es claro que uno de los puntos de conexión con las culturas precolombinas fueron los procesos colonizadores, de hecho este año 2021 en México se llevan a cabo actividades relacionadas a los 500 años de la caída de Tenochtitlan, un suceso que definió el devenir de nuestra cultura y en el cual nos debemos a la tarea de revisar, replantear, reconstruir, deconstruir como parte conciente de los discursos que nos atraviesan y que construyen nuestras identidades, es decir, reconocer lo que nos antecede fuera de una mirada blanca, europea y hegemónica.

 

En el devenir de los países latinoamericanos sobre todo durante el siglo XX, osea aqui a la vuelta, hubo sucesos que se conectaron sobre todo en los años sesenta y setenta  y que se podrían suponer como una “identidad latinoamericana”, indudablemente esto es cuestionable, pero me refiero a que en el imaginario social de la población en ese entonces se verbalizaba, se escribía al respecto, se cantaba sobre ello. Una cancion que me viene la mente siguiendo el referente brasileño es del cantante nordestino Belchoir (1946-2017) titulada “Apenas un rapaz latinoamericano” que habla sobre un chico pobre, latinoamericano, sin dinero en el banco y viniendo de provincia a la ciudad, generando una especie de identificación con realidades paralelas en otros países del continente desde el sur hasta el norte, de estos ejemplos existen varios en distintas áreas como la literatura y las artes visuales. Este tipo de pautas me llevan a una serie de movimientos que se dieron en este marco histórico desde prácticas artísticas variadas, que fueron un signo de resistencia y que lo son incluso ahora, porque siguen influyendo a generaciones que encuentran en estas fuentes motivos de inspiración, me incluyo dentro de estas personas.

 

Es por ello que siempre vale la experiencia recordar, nombrar, traer a la mesa, a las pláticas cotidianas, a los encuentros, a todxs aquellos que nos anteceden y que nos siguen inspirando y es aquí que aprovecharé el espacio para hacerlo, apelando a la memoria, a las vivencias en primera persona y lo hago también a manera de invitación a buscar y descubrir parte de estos referentes. Hoy entiendo desde la experiencia y me gustaría puntualizar que los nombres que mencioné son solamente una pequeña parte de todo un mundo, es solo una mirada, la mía, sin pretensión alguna de invisibilizar o resaltar, es simplemente compartir con ustedes esos personajes que siguen siendo importantes como parte de mis tránsitos.

 

Recuerdo por ejemplo que un amigo chileno con el que trabajaba en una radio comunitaria en la ciudad de Montreal en Canadá allá por el año 2008, me acerco a la literatura marika de Pedro Lemebel (1952-2015) con su manifiesto “Hablo por mi diferencia” leido por primera vez en Chile en 1986 y que después me llevó a descubrir las acciones saboteadoras de Las Yeguas del Apocalipsis (1987) duo integrado por Pedro Lemebel y Francisco Casas que fueron un punto importante de resistencia desde la práctica artística durante la dictadura de Pinochet hablando sobre temas como el sida y la homosexualidad.

 

Recuerdo también mi encuentro con el trabajo de Giuseppe Campuza (1969-2013) en la ciudad de Lima en Perú en el marco de un encuentro de performance que llevaba el nombre de Experiencias de la Carne organizado por un espacio llamado El Galpón, un trabajo no sólo desde el arte sino desde el activismo con el Museo Travesti, propuesto a partir de la necesidad de una historia propia, “explorando la huella del travestimos y de sus símbolos en el contexto peruano”.

 

Recuerdo el trabajo de la activista y artista trans Effy Beth (1989-2014) de origen argentino-israelí, a quien conocí y con quien estuve en comunicación durante algún tiempo después de nuestro encuentro en Buenos Aires en el Festival Zona de Arte en Acción organizado por Gaby Alonso y Nelda Ramos, su trabajo abordaba temas como la marginalización, discriminación laboral e hipersexualización de la comunidad trans en Agentina, un ser humano entrañable.

 

Recuerdo también la experiencia en el Festival Abzurdo Arte y Pensamiento Político (2009-2013) que se realizaba en la ciudad de Quetzaltenango (Xela) en Guatemala, un trabajo coordinado por Pablo José Ramírez (curador y teórico cultural) y en el que tuve la oportunidad de participar como artista y como parte de la organización, un proyecto que proponía formas de reflexión a partir del cuerpx como espacio político, tengo que reconocer que esta experiencia me marcó tanto que fue el inicio de toda una travesía por países latinoamericanos. Esto me recuerda también el trabajo que se hace actualmente en Guatemala con la Bienal de Arte Paiz y la Bienal en Resistencia con un amplio sentido crítico sobre la realidad actual, organizado por curadoras, agitadoras sociales y artistas como Maya Juracán y Marilyn Boror con quién pudimos colaborar para traer a la ciudad de Querétaro en 2020, al Centro de Arte Bernardo Quintana Arrioja la exposición colectiva “Las que habitan su territorio” con obras de artistas centroamericanas.

 

Recuerdo también, acercándonos más a nuestro territorio, a inicios de los años 2000 en la ciudad de Querétaro conocer y trabajar en un espacio cultural independiente llamado Tarumba, el nombre venía del poema de Jaime Sabines escrito en 1979, un lugar coordinado por Narmin Álvarez, una artista, performer, activista y psicóloga cuir, un sitio que daba cabida a una generación ávida de experiencias, de sentirse libre, de vivenciar otras realidades, fue el primer lugar en donde escuche la palabra performance, fue el primer lugar en donde realice de manera colectiva una acción en donde me deje llevar por la imaginación embriagadora de la libertad. Un espacio de resistencia que no tiene una historia oficial, que se pierde y se recupera a sí misma en los mitos que su propia creadora construyó de sí y de los que seguimos contando nuestras memorias.

 

Esto al igual que todos los recuerdos antes mencionados hacen parte de mis procesos, son muchas y muchos lxs que nos habitan y así es como les reconozco, es así como me gustaría dejar precedentes de estos lugares y estas personas para que perduren, para que no sean olvidados y para que así en algún momento nuestras historias también sean contadas. Finalmente para seguir recordando aquí les dejo el poema de Tarumba, del escritor Jaime Sabines. Disfrutenlo.

 

Tarumba

Jaime Sabines

 

 

Yo voy con las hormigas

entre las patas de las moscas.

Yo voy con el suelo, por el viento,

en los zapatos de los hombres,

en las pezuñas, las hojas, los papeles;

voy a donde vas, Tarumba,

de donde vienes, vengo.

Conozco a la araña.

Sé eso que tú sabes de ti mismo

y lo que supo tu padre.

Sé lo que me has dicho de mí.

Tengo miedo de no saber,

de estar aquí como mi abuela

mirando la pared, bien muerta.

Quiero ir a orinar a la luz de la luna.

Tarumba, parece que va a llover.

 

 

About Fausto Gracia

Fausto Gracia, nacidx en la ciudad de Querétaro, México. Artistx Visual y Performxr. Ha presentado su trabajo en festivales, museos y espacios públicos de México, América Latina y Europa. Ha realizado residencias artísticas en Chile, Argentina, Brasil, España, Irlanda, Alemania y Francia. Ha recibido varios premios para producción y residencias artísticas. Su trabajo se ha desarrollado también en áreas como la gestión cultural, la docencia, la curaduría y la investigación.