DONDE UNA VEZ TUS OJOS, AHORA CRECEN ORQUÍDEAS

“Si es cierto que  “diabólico” significa esencialmente

 la coincidencia de la muerte y el erotismo …

no podremos dejar de percibir

vinculada al nacimiento del erotismo,

 la preocupación, la, obsesión de la muerte”

George Bataille,  Las lágrimas de Eros.

 

Quizá revivir una orquídea es la tarea más hermosa, amorosa y meticulosa de una mujer, además de cultivar un hijo. Yo le he visto. Acarician sus brotes, observan sus raíces en esas peceras de cristal, las acercan al sol, le ofrecen el vapor, el aliento de una tetera. Es la esperanza de las esperanzas, es decir, la desesperanza que sin embargo, espera.

Este viaje del vientre al México que pierde su profundidad, que revela cruelmente, noche a noche sus raíces, es la esencia de Benítez y su visión profunda del dolor. Y es genealógico este miedo a la estacada, a la muerte oprobiosa, una herencia que se pierde en la noche triste de la conquista/violación primigenia de este país ultrajado.

Rocío, la poeta, la periodista, la testigo, es mensajera, es un ángel que advierte y que te habla en la vigilia perpetua de la espera. Es ese ángel bíblico que no revela su nombre por ser un portento en el país de las malas nuevas.  

Dos fragmentos de cráneo que nos miran acusatorios.  Fisuras en la bóveda celeste que cubre un mundo desprovisto de sentido, desnudo, frágil e indemne. Que ha perdido el engranaje de sus esferas y se precipita en una tumba sin epitafios, sin loza, sin mármol, sin orquídeas, aún.

Orquídeas que son semillas, germen; aquí yace la esperanza perdida de Dante, el horror se vuelve arquitectura craneal, antropología forense convertida en un hábitat que ya no tiene la oquedad mínima de la mirada, que ha perdido sus cuencas, sus oquedades naturales y se osifica, se purifica bajo la brocha del técnico que hace hermosa a la muerte.

Pinceladas breves de poesía hiriente de vinagre y sal. Son Beckett, Gorostiza, Villaurrutia, Bataille en un osario underground. Benítez cierra el círculo infernal y abre una espiral a nuestra conciencia. Desbroza cráneos al pie de árboles secos. Nos observa, nos señala con una espada flamígera premonitoria, nos señala en la frente, nos convierte en victimarios. 

Y luego en un arrebato natural, nos regala el arrullo, esa ancestral primera poesía escuchada por nuestro oídos infantiles, que se convierte en la canción de la cuna de sus brazos de las postrimerías, de las post exequias, no hay luto perfecto, sólo las raíces de esa orquídea que no se conmueven, que crecen sordas, caídas del paraíso selvático para hundirse en una urna, en una tumba de cristal,

Rocío es una neurona que se estremece, se conmueve y nos deforma con sumirada, se solidariza desde la raíz, no desde la superficie lacrimosa, estridente y protagónica. Es una raíz dolorosa, STABAT MATER que,  de pie contempla y señala al mundo sin derrumbarse desgarrando con su voz de acero las pesadas cortinas del silencio.

Nos remite en un gótico minimalista, si se me permite, a una micro danza de la muerte medioeval. Sus imágenes conmueven por la sangre que corroe sus huesos como un ácido alquímico: Mercurio, sal y azufre que hacen del vientre una casa deshabitada.

Si mi país no doliera

si mi país fuera mi país,

y no esta boca descompuesta.

Yo no tendría que escribir esto.

Y sí, querida Rocío, hay mil fragmentos de cráneo sembrados en este país buscando la luz para mutar en orquídeas. Y a muchos silencios, miles también, que nos importa esto.

Uriel Bravo, Querétaro julio de 2021.

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